La expansión del sistema financiero en las últimas cuatro décadas es una de las características más importantes de la economía mundial. De ahí que la inestabilidad y volatilidad de los mercados financieros, especialmente donde se abandonaron los controles y regulaciones, desembocaran en una crisis de proporciones históricas, con un fuerte y duradero impacto sobre la economía real. La bursatilización que tanto enorgullecía a los partidarios de la globalización neoliberal condujo a la diseminación de los llamados activos tóxicos por todo el sistema financiero. Y hoy el epicentro de la crisis parece haberse trasladado a Europa.
En el viejo continente la acumulación de capital dominada por el sector financiero condujo primero a una orgía de préstamos vinculados a la expansión del sector inmobiliario. La unión monetaria facilitó este proceso al reducir los costos de transacción para los bancos. Pero la moneda común se basó en los principios neoliberales: exclusión de un prestamista de última instancia y subordinación de la
política fiscal a las necesidades del capital financiero. Esto benefició durante algunos años a los agentes financieros, pero a la postre marcó el ritmo de la debacle y, es muy probable, de la terminación del experimento de la moneda común.
Hoy en día nadie parece acordarse de esos orígenes del colapso y la percepción generalizada de la crisis ha mutado hacia lo que en apariencia es un problema de deuda soberana. Así, la atención se enfoca en los síntomas y no en las raíces de la enfermedad. Con ese diagnóstico la medicina fallará y agravará la condición del paciente.
Diariamente los medios insisten sobre las dificultades fiscales de todos los países europeos. Lo cierto es que hoy en el corazón de la crisis europea se encuentra la necesidad de recapitalizar a los bancos. Y en las condiciones actuales los únicos actores que pueden proceder a realizar una operación de este calibre son los gobiernos europeos. El problema es que para ello tendrían que emitir más deuda y eso conduce a un círculo vicioso porque al hacerlo la posición crediticia de los gobiernos se deteriorará todavía más. Así que los bancos y el sistema financiero terminarían por tener más títulos malos (los bonos soberanos nuevos) en sus estados financieros.
Hace unos tres años, cuando los gobiernos europeos mantenían niveles de endeudamiento manejables esta recapitalización bancaria hubiera sido posible. Hoy ya no lo es y cualquier gobierno que pretenda emitir nueva deuda para renovar dicha capitalización enfrentará mayores costos financieros. La recaudación ha sufrido con la recesión y mayores cargas financieras darían el tiro de gracia a la posición fiscal de casi cualquier gobierno europeo (y no sólo los países del Mediterráneo).
El Banco Central Europeo (BCE) es la única entidad que puede romper el círculo vicioso por tener la capacidad de una creación monetaria ilimitada. De hecho, si el BCE anunciara que estaría dispuesto a intervenir de manera decisiva en los mercados de bonos es muy probable que acabaría por no tener que hacerlo.
Pero los tratados de la UE impiden explícitamente al BCE intervenir directamente en la compra de deuda soberana. Eso puede resolverse operando en el mercado secundario tal y como lo ha hecho el BCE. Esto no implica presiones inflacionarias porque no se traduce en un aumento de oferta monetaria. Pero para varios actores importantes en esta crisis (el gobierno alemán y el propio BCE, entre otros) este tipo de intervención es un incentivo perverso para no reducir el déficit fiscal. Volvemos a la percepción equivocada sobre la naturaleza de la crisis.
En realidad el riesgo moral está más vinculado con las formas de capitalización de la banca. Por supuesto, aquí habría que excluir el salvamento de los bancos a través de la compra de activos tóxicos para limpiar su contabilidad. Ese fue el método del Fobaproa que se impulsó en México y del TARP del señor Paulson en Estados Unidos. Nada se resolvió con esos mecanismos que generaron una histórica hipoteca fiscal para ambos países. La única forma de recapitalizar los bancos es haciendo a un lado a la gerencia malévola que hundió a estas instituciones. Los socios torpes deben perder y los malos gerentes ir a la calle. Y habría que avanzar el reclamo de una nacionalización selectiva de la banca europea y de un nuevo marco regulatorio para las transacciones financieras. Claro, para llegar a eso será necesario un nuevo paisaje político que hoy se antoja muy lejano pero que podría darse en menos tiempo de lo que se piensa comúnmente.
Mientras tanto, hoy se insiste en que cualquier tipo de intervención del BCE debe ir acompañada de mayores controles sobre la política fiscal. Esto reafirma el proyecto de dominación neoliberal sobre la política macroeconómica en la Unión Europea. Es extraordinario que se busque ejercer una dictadura sobre las finanzas públicas para dejar el camino franco a las finanzas privadas que originaron la crisis.
Fuente: Attac
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