6 oct 2011

Del nuevo ídolo


En algún sitio existen todavía poblados y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estado. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Ponedme oídos, pues voy a deciros unas palabras sobre la muerte de los pueblos. Estado es el nombre del más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: «Yo, el Estado, soy el pueblo.» ¡Es mentira!

Creadores fueron quienes construyeron los pueblos y pusieron en ellos fe y amor: así sirvieron a la vida. Aniquiladores son quienes ponen trampas colectivas y las llaman Estado: éstos suspenden sobre ellos una espada y cien concupiscencias. Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado; y lo odia, considerándolo mal de ojo y pecado contra la costumbre y el derecho.


Esta clave os doy: cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal: el vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado su lenguaje propio en costumbres y derechos. Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente; y posea lo que posea, lo ha robado. Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.

Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad, esa señal indica voluntad de muerte! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte!

Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado! ¡Mirad cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia! «En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios» - así ruge el monstruo. ¡Y no sólo quienes tienen orejas largas y vista corta se postran de rodillas!

¡Ay, también en vosotros, los de alma grande, susurra el Estado sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina cuáles son los corazones ricos, que con gusto se prodigan! ¡Sí, también os adivina a vosotros, los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando culto al nuevo ídolo!

¡Héroes y hombres de honor quisiera colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío
monstruo gusta de calentarse al sol de buenas conciencias! Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: se compra así el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos. ¡Quiere que vosotros le sirváis de cebo para pescar a los demasiados! ¡Sí, un artificio infernal ha sido inventado aquí, un caballo de la muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!

Sí, aquí ha sido inventada una muerte para muchos, aunque se precia a sí misma de ser vida: ¡en verdad, un servicio íntimo para todos los predicadores de la muerte!
Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Es-
tado llamo yo al al lugar en que todos, buenos y malos, se pierden a sí mismos: Estado llamo yo al al lugar donde el lento suicidio de todos se llama «la vida».

¡Ved, pues, a esos superfluos! Roban para sí las obras de los inventores y los tesoros de los sabios: cultura llaman a su latrocinio, ¡y todo se convierte para ellos en enfermedad y molestia!

¡Ved, pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse.

¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas y con ello se vuelven más pobres.
Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero, ¡esos insolventes!

¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad.

Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer ¡que la felicidad se sienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se sienta en el trono, y también a menudo el trono se sienta en el fango.

Dementes son para mí todos ellos, y monos trepadores y fanáticos. Su ídolo, el frío
monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos idólatras.

Hermanos míos, ¿es que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus concupiscencias? ¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre!

¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos de la idolatría de los superfluos!

¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!

Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Vacíos se encuentran aún muchos lugares para eremitas solitarios o en pareja, en torno a los cuales sopla el perfume de mares silenciosos. Aún hay una vida libre a disposición de las almas grandes.

En verdad, quien poco posee, tanto menos es a su vez poseído: ¡alabada sea la pequeña pobreza!

Allí donde el Estado acaba comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la
canción del necesario, la melodía única e insustituible. Allí donde el Estado acaba, ¡miradme allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del superhombre?

Así habló Zaratustra.

FEDERICO NIETZSCHE
Filósofo alemán, 1844-1900

Fuente: Ácratas

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