Dices que tus protestas están justificadas; dices que tus demandas son sobradamente razonables; dices que la revolución es necesaria, pero, una y otra vez, te empeñas en solucionar tus problemas sobre su tablero de juego. ¿No te das cuenta que es precisamente, jugando sobre ese tablero como surgieron tus problemas; que en él tuvieron su origen? ¿Y no crees que para solucionarlos sería mejor salirse del tablero de una vez?
Lo importante en su juego no es quien lo gane, sino que no deje de jugarse nunca, y que se haga siempre sobre su tablero y con sus reglas. Esa es la razón por la que, usando mil fórmulas diferentes, te han hecho concebir la falsa esperanza, la infantil ilusión, de que ganando el juego se acabarían tus problemas, todo para que no lo abandones; para que no dejes de jugarlo; para que continúes sobre el tablero; para que no busques otra salida.
Pero tras siglos de victorias y de derrotas sobre el mismo tablero ¿en que punto estamos? ¿No habrán tenido tales victorias y tales derrotas, exclusivamente, el objetivo de mantener vivo el juego? ¿No hay suficientes ejemplos en la historia que lo demuestren? ¿O es que prefieres seguir engañándote? ¿Quizás eso sea lo más cómodo para ti?
Pensar que jugando a su juego, encima de su tablero y con sus normas, podrás algún día solucionar tu situación, va mucho más allá de ser una utopía, es una absoluta ingenuidad. ¿No ves que, jugando
en su terreno, ellos tienen siempre la iniciativa y tú siempre vas a remolque; por el camino que a ellos les interesa? Te pareces a aquel hombre iluso que se introdujo en medio del mar, con la intención de detener las olas, pero éstas, una y otra vez, le devolvían a la orilla, a pesar de lo cual el hombre volvía a intentarlo un día tras otro, pensando que finalmente acabaría consiguiéndolo.
¿No te das cuenta además que el juego fue creado con una sola finalidad? De tal forma que por mucho que te empeñes en darle la vuelta, siempre cumplirá la función para la que fue inventado: el pastoreo del rebaño humano.
Sin embargo, y a pesar de que apenas crees ya en él, te empeñas en continuar su juego, sobre su tablero. Tu obstinación es tal, que, por enésima vez, te vuelves a exponer a ser escupido por las olas. Te consideras capaz de superar a todos los “revolucionarios” que han existido hasta ahora, y de construir tú la “megarevolución”. De este modo, no sólo te engañas a ti mismo, sino que es muy probable que seduzcas a muchos otros para que no abandonen el juego, para que continúen sobre el tablero, cuando quizás ya estaban a punto de marcharse, o se encontraban preparando la huida.
Ganado al rey negro tan sólo habrás conseguido que gane el rey blanco, y ganando al blanco, que gane el negro, mientras tú continúas siendo un simple peón a su servicio; un miembro más del rebaño, pues en eso, y no en otra cosa, consiste el juego; con ese objetivo fue creado: el de mantener el rebaño, con independencia de quien sea el pastor. Todo lo demás son puras quimeras, que nada tienen que ver con la realidad.
No estaría mal que alguna vez reconociéramos que somos como niños asustados, que no queremos ver la realidad; incapaces de romper con el padre y de crear nuestro propio juego. Quizás nuestra valentía, a la hora de reconocer nuestra cobardía, le pueda ser de alguna utilidad algún día a alguien, tal vez, a nosotros mismos.
Fuente: Antimperialista
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