4 ene 2012

El fin de los partidos Los cárteles que yugulan la democracia real

Decididamente, los partidos políticos son artefactos propios de otra época, de tiempos en los que la información y la instrucción eran mínimas, y las síntesis ideológicas, uniformadoras, radicales y excluyentes, propias de las organizaciones de masas, tenían sentido. Hoy, en la era de las tecnologías de la información y la comunicación —y de Internet—, lo común es que un ciudadano medianamente informado no coincida con el programa político de ningún partido —programa que, dicho sea de paso, no se cumple casi nunca—, aunque pueda estar de acuerdo con propuestas de varios de ellos. Prolongada su existencia más allá de la utilidad primigenia, que era la de representar diferentes modelos de estado y de formas de vida social —Partido Nacional-Socialista alemán, Partido Republicano norteamericano, Partido Comunista soviético, etc—, ya en pleno siglo XXI, los partidos políticos, y más los que tienen acceso al poder alternante, exhiben ideologías miméticas. Tras perder la mayor parte de su razón de ser tras el fin de la II Guerra Mundial, y el resto tras la caída de la URSS, les ha quedado a los partidos llamados "democráticos" la utilidad residual de seguir manipulando mentalmente a la ciudadanía con sus esquemáticos mensajes; la de embobarla para que los que detentan el verdadero poder puedan expoliarla sin obstáculos, hasta llevarla a la más absoluta ruina material, moral e intelectual. Como resultado, los partidos han acabado por constituir un fraude —ni siquiera son internamente democráticos—, y en lugar de ser vehículos hacia la libertad política, son los verdugos que la cercenan.

Por eso, la alternancia PP/PSOE en el Gobierno de España nada significa, pues nada cambia: sale un
grupo de poder y entra otro que toma el relevo de las restricciones de derechos y libertades y del expolio a las arcas del Estado. “Sin alegrarnos por ello, reconozcamos que cualquier desgracia que les suceda a los españoles —confiados romeros de la Virgen de la Urna— durante la nueva legislatura que se inicia, les estará bien empleada”. Los mismos ciudadanos que ponderan detenidamente cualquier compra, cuestionando la relación entre calidad y precio, delegan resignadamente las más importantes decisiones, que pueden costarles miles de veces más, en un partido cualquiera. ¿A qué viene tal conformismo? ¿A qué, tal desinterés por la política, que tan decisivamente afecta a sus economías familiares, a sus libertades y a su futuro ?

Como no hay mal que por bien no venga, la situacion económica española es tan grave, que muy pronto los ciudadanos, tras tocar fondo, verán evidente que no pueden recurrir a otros para que les resuelvan sus problemas, entenderán que deben solventarlos por sí mismos. Comprenderán que los políticos de partido no existen para resolver los conflictos de quienes eligen la lista que los incorpora, sino para obedecer órdenes de los verdaderos dueños del mundo —que nunca son elegidos, sino que nos vienen impuestos—, mientran toman, a través de los mecanismos de la corrupción endémica, la parte que sus amos les conceden como migajas del gran banquete. Aunque se presenten como libertadores, todos los partidos pretenden “ser eficientes cómitres, a cargo del tambor y del flagelo, en la extracción de potencia de los remeros amarrados a las bancadas, a cambio del estipendio prometido por los armadores de la nave”.

Las “ideologías de partido” son, por lo tanto, fraudulentos panfletos de fácil asimilación que sirven para manipular mentes y voluntades: izquierdas, derechas, estado del bienestar, cambio climático, déficit, energías alternativas, deuda, mercados... todo son fuegos de artificio. La democracia no existe ni ha existido nunca. Ni la inorgánica de partidos ni la orgánica corporativista. Ni en España ni en ningún otro lugar del mundo (*). Así de claro. No es que nuestra democracia sea deficiente y, por tanto, perfectible. Es que no comparece ni puede comparecer jamás en el actual orden de cosas. Dura veritas, sed veritas. Y bien pensado, ¿acaso la ciudadanía de los países occidentales —fieles prosélitos de la democracia aparente, bajo la férula de los lobbies que los financian a fondo perdido— merecen otra cosa que un fraude? ¿Realmente son los ciudadanos tan ciegos que desconocen la verdad, o es que participan del engaño, por conveniencia? La ciudadanía actúa con una mezcla de maldad, estupidez e inocencia que la conduce inexorablemente a la servidumbre voluntaria.

La gente despierta, consciente de la realidad, debemos tomar la iniciativa. Resolver nuestros problemas prescindiendo de los partidos, que no existen más que para sojuzgarnos. Adoptar el camino de la verdadera representación política, sin duda necesaria, que pasa por la elección de personas concretas, de honradez probada, para ejecutar órdenes concretas decididas asambleariamente o para tomar decisiones políticas de acuerdo con un programa definido, pactado entre representante y representados. Así, no sólo nos ahorraríamos la carísima farándula partidaria, y tanto tiempo perdido en discusiones sin fundamento y en romerías a las urnas, sino que sentaríamos las bases para la definitiva desaparición de los partidos políticos, esas pesadas losas que sellan los túmulos donde yacen sepultados nuestros derechos y nuestras libertades.

ÁCRATAS

(*) La democracia estadounidense, que los bienintencionados luchadores democráticos citan como paradigma a seguir, no es lamentablemente posible: los dos partidos en alternancia de poder en EEUU no son democráticos, sino cárteles cooptados por los lobbies. Las decisiones del Congreso de los EEUU no son libres, sino trasuntos de acciones de poder real del Nuevo Orden Mundial. Si se estudian las contribuciones a las campañas electorales americanas, puede comprobarse que los lobbies financian por igual a ambos partidos, Demócrata y Republicano, con lo cual poco les importa cuál resulte ganador.

Fuente: Ácratas

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