30 ene 2012

¿Cuándo nos convirtieron a todos en pederastas?

Del Imperio Romano sabemos muchas cosas. Muchas. También es verdad que no las sabemos por haber leído profundos ensayos o doctos libros, sino esencialmente por haber visto películas o series de televisión. Así que con esas esclarecedoras fuentes, es normal que casi nadie conozca un hecho sorprendente de la vida privada de Roma. El hecho de que la distancia entre padres e hijos era enorme. Y, y esto es lo más impactante, que un padre podía condenar a muerte a su hijo porque ésa fuera la voluntad del padre. Era algo muy inusual que ocurriese, pero la ley romana lo permitía. Vamos, igual que nos pasa hoy, ¿verdad?, que tenemos a nuestros hijos hiperprotegidos y pensamos que vamos a dejarles un trauma indeleble que los convertirá el día de mañana en asesinos en serie si se nos ocurre ganarles jugando al parchís.

Probablemente, nunca como hoy han estado los niños tan protegidos. Coderas, rodilleras y cascos para aprender a montar en bici. Parques infantiles prácticamente
inocuos y aburridos por haber sido diseñados para evitar todos los riesgos. Salir a jugar a la calle nunca, solo juegan en la seguridad del salón de casa o de su habitación. El listado podría ser casi tan largo como la insistencia infantil en cenar pizza.
Y esa sobreprotección existe desde hace poco también en el ámbito público. Es decir, en la aparición de imágenes de niños.
Solo hay que mirar los telediarios, la prensa o las revistas. Y ver, por ejemplo, reportajes sobre parvularios en los que no se ve la cara de ningún niño porque se hacen solo encuadres de la mano, de un pie, de sus piernas… O se pixela la cara. O se les ve solo de espaldas. Y ello tiene su origen en un tema legal, que hace años no existía, de protección del menor.
Hace unos meses mi hija pequeña salió en un reportaje sobre gimnasia rítmica en Barcelona Televisió. Fueron unos breves 10 segundos en los que aparecía ella hablando. Pues bien, para autorizar su aparición tuve que firmar un documento más largo que el que tuve que firmar con el banco para una hipoteca a 25 años. Y eso para un canal que no es precisamente de los que le quitan el sueño a Paolo Vasile con su audiencia.
Protección al menor. Protección, protección, protección. La idea se repite tanto, nos la venden tanto, que ya se da por asumida. Y pocas veces nos planteamos si tiene sentido o no. En aras de la sacrosanta protección al menor, todo se admite sin rechistar.
Y esta protección al menor alcanza su paroxismo cuando se trata del sexo. O mejor dicho, de lo que a una mente perturbada puede parecerle lejanamente que puede tener una sombra de sexo. Dicho en otras palabras, todo lo que tenga que ver con los niños y que alguien pueda pensar que puede tener alguna connotación sexual.
Gestos o situaciones que hace años parecían absolutamente normales, ahora corren el riesgo de sembrar la sospecha de algo turbio. Hasta el más inocente. Por ejemplo, ¿hay algún valiente entre el público que se atreva mañana a ir a un parque y empezar a repartir caramelos entre los niños delante de sus padres? Yo no, que aprecio bastante la integridad de mi cuerpo y no quisiera verlo destrozado por ningún padre. ¿Hay alguien que se atreva a hacerle una caricia a la cabeza de un niño sonriéndole estando junto con sus padres en un ascensor de El Corte Inglés? Yo tampoco, que aprecio bastante la integridad de mi patrimonio y no quisiera verlo destrozado por ningún abogado.
Todo lo que ocurre en Estados Unidos llega tarde o temprano aquí, como ya he comentado en algún otro post. Pasan 2, 5 ó 10 años, pero acaba por cuajar aquí. Modas, tendencias sociales, productos nuevos… Y esa obsesión acerca de los niños y el sexo alcanzó allí hace años el paroxismo. (Alguien escribía no hace mucho algo así: “Ni se te ocurra en Estados Unidos acariciar a tu hijo en el jardín de casa. Cualquier vecino puede verlo y denunciarte pensando que detrás hay algo turbio”). Lo cual me lleva a recordar otro hecho que implica nuevamente a mi hija pequeña.
Teniendo ella 6 años estábamos en la piscina de un Hard Rock Hotel en Florida (sí, todos tenemos un pasado oscuro). Y se me acerca una supervisora de la piscina y me dice que deberíamos ponerle a nuestra hija la parte superior del bikini, ya que algunos clientes se habían quejado de verla así porque se sentían “incómodos”. Repito: mi hija tenía 6 años. Le digo a la supervisora que si algunos clientes se sienten incómodos viendo a una niña de 6 años sin la parte superior del bikini, es que esos clientes tienen un problema.
Le digo: “¿Ha visto usted que tiene 6 años?”. Y ella me dice que sí, pero repite que hay clientes que se siente “uncomfortable”. Como no nos ve mucho por la labor de ponerle la parte superior del bikini, nos pregunta de dónde somos. Y al identificarnos como europeos añade (juro que es cierto) que entiende que seamos más liberales, que lo sabe “porque mi hermana vive en Portugal”. Portugal. Justo el primer país europeo que nos vendría a todos a la cabeza como ejemplo de liberalidad en las costumbres.
Como la discusión se alarga, entonces viene el Jefe de Seguridad, pelo rapado y pinganillo incluidos. Le digo que hemos estado hace 3 semanas en Utah, tierra de los recatados mormones, y no hemos tenido ningún problema en ninguna de las piscinas de hotel en que nuestra hija se ha bañado. Y que hace una semana hemos estado en un hotel de Disneyland, tierra de la corrección, y lo mismo. Y que lo último que podíamos esperar es que en un Hard Rock Hotel (no le dije explícitamente por qué, tal vez no era el mejor momento para recordarle que el mundo del rock es especialmente libertino) nos encontráramos con esta imposición que es de enfermos. Él contesta (misteriosamente, ya nadie habla de los clientes que se sienten “uncomfortable”) que el hotel lo hace para proteger a sus clientes y nuestra hija es una clienta. “Y claro, usted sabe, la gente que está aquí puede hacerle una foto a su hija y colgarla en alguna página en internet. Y nosotros protegemos a nuestros clientes y por eso su hija debe ponerse la parte superior del bikini”.
(Ahorro la discusión posterior, pero la cosa acabó con el acuerdo de que mi hija siguiera así en la piscina, pero que al día siguiente bajáramos con una parte superior comprada. Cosa que sabíamos perfectamente que no íbamos a hacer porque al día siguiente ya nos marchábamos del hotel para coger un avión. Estados Unidos 0, España 1).
En aras de la protección del menor, se ha sembrado la semilla de ver algo malo en cosas donde nunca las hubo. Y cualquier gesto inocente que antes podía hacer uno, ahora puede ser visto como algo oscuro.
Y esa mirada que ve posibilidades turbias en todas partes, también empieza a hacerse retroactiva.
Facebook censuró hace 6 meses la foto de la portada del disco Nevermind de Nirvana (se cumplían entonces 20 años de su aparición), aquella portada en la que se ve a un bebé desnudo buceando en una piscina, por incumplir sus condiciones de uso. Hace solo 4 meses, la Iglesia Ortodoxa Rusa criticaba que en las escuelas se divulgaran “Cien años de soledad” o “Lolita”, porque en su opinión promueven la pedofilia (hablaban con autoridad, ya sabemos que hay sacerdotes realmente expertos en la materia).
¿Cuánto tardará en verse algo turbio en los cuadros clásicos con niños desnudos y se planteará retirarlos de los museos? ¿Cuánto tardará en verse algo malo en la foto de la guerra de Vietnam de la niña desnuda huyendo del napalm, testimonio fotográfico supremo de aquella guerra? (ya hay gente que se siente “uncomfortable” ante esa foto, pero no por el dolor de la guerra, sino por el desnudo).
Una vez abierta la mirada así, todo puede estar mal, en todo puede verse algo malo. En nombre de la protección del menor se le hace desaparecer de la visión pública. Y además se ven cosas turbias donde siempre hubo cosas naturales. Y, lentamente y sin darnos cuenta, ha ocurrido que todos podemos parecer pederastas a los ojos de alguien. Lentamente, todos nos hemos convertido en posibles pederastas.
El sexo era el gran tabú del siglo XIX, el tema que no existía ni se tocaba en el ámbito público.
La muerte ha sido el gran tabú del siglo XX, el tema del que no es correcto hablar, muriendo en hospitales y no en las casas, escondiendo la muerte de la visión pública.
¿Serán los niños el gran tabú del siglo XXI?

Fuente: Niuntitereconcabeza

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