- En Washington, la secretaria de Estado Hillary Clinton participa en el Saban Forum, el 3 de diciembre de 2011.
La OTAN está revisando su estrategia contra Siria. Al cabo de 8 meses de guerra de baja intensidad y a pesar de la infiltración de un gran número de combatientes árabes y pashtunes, la esperada fractura de la sociedad siria no ha tenido lugar. Los enfrentamientos confesionales registrados en Deraa, Banya y Homs no han logrado extenderse ni en el tiempo ni a través del país. Ya resulta ilusorio para la OTAN seguir creyendo en la posibilidad de provocar en poco tiempo una guerra civil capaz de justificar una «operación humanitaria internacional».
Esta constatación encuentra a la coalición militar ad hoc en una grave crisis. En el momento de la guerra contra Libia, los países que asumieron la iniciativa fueron Francia y el Reino Unido. Pero los dos pesos pesados europeos resultaron en definitiva incapaces de movilizar los medios necesarios y fue en realidad el Pentágono el que tuvo que concretar el 45% del esfuerzo de guerra y del financiamiento de la operación contra Libia.
Lo esencial fue que el despliegue de dispositivos incompletos pudo incluso haber dado lugar a un verdadero desastre si Libia se hubiese decidido a atacar los barcos y helicópteros de la OTAN [1]. Este problema resulta mucho más grave en el caso de Siria, país que cuenta con una cantidad de habitantes en 4 veces superior a la Libia y con un aguerrido ejército que ha participado en los anteriores conflictos regionales.
Así que se decidió fortalecer al binomio franco-británico sumándole Alemania como tercer elemento. Para ello se pensó en negociar un tratado tripartito el 2 de diciembre, en ocasión del aniversario del Tratado de Lancaster House [2] que implementó la organización de las fuerzas conjuntas franco-británicas de proyección y selló la suerte de Libia [3]. Pero la cumbre se anuló. En plena crisis económica occidental, Berlín no tiene la más mínima intención de asumir gastos de guerra sin garantías de recobrar su inversión.
La racionalidad presupuestaria de Alemania está dando al traste con los sueños épicos del complejo militaro-industrial de Estados Unidos e Israel. El retiro de Robert Gates y el ascenso de Hillary Clinton ilustraron el regreso del proyecto de «rediseño del Medio Oriente ampliado» al escenario mundial y su extensión al norte de África. Esa doctrina, que se deriva del pensamiento imperial de Leo Strauss, se presenta como una perpetua huida hacia delante en la que la guerra no tiene otro objetivo que… la guerra. Lo anterior conviene perfectamente a la economía guerra de Estados Unidos, pero no a la pacífica economía industrial de Alemania.
El proyecto de guerra convencional contra Siria plantea numerosas interrogantes en el plano económico. A corto y mediano plazo, este proyecto no conviene a los intereses de ninguna nación europea, pero muchas de ellas sí tienen mucho que perder con su puesta en práctica. En el caso libio, algunos hombres de negocios británicos y franceses han logrado obtener rápidos dividendos al renegociar ventajosamente sus concesiones petroleras, mientras que turcos e italianos se han visto perjudicados al perder prácticamente todos sus mercados en la ex colonia.
En espera de la creación de una coalición militar ad hoc, la OTAN recurre por el momento a la guerra económica. Su objetivo consiste en sitiar a Siria, en privarla de toda posibilidad de comerciar, tanto en lo tocante a las importaciones como a las exportaciones, y en sabotear sus medios de producción. Recurriendo al políticamente correcto término de «sanciones», los países miembros de la OTAN y sus vasallos de la Liga Árabe ya implantaron un congelamiento bancario que prohíbe el comercio de las llamadas “comoditys”. Y ahora se están concentrando en el cierre de las vías de comunicación, sobre todo de las líneas aéreas, y en la retirada de las transnacionales, principalmente de las compañías petroleras. En lo tocante a estas últimas, después de Shell y Total, Petro-Canada acaba ahora de anunciar su salida de Siria y el cierre de la central eléctrica que abastece la ciudad de Homs.
Lo más relevante es que el primer acto de sabotaje de gran envergadura afectó precisamente el oleoducto que alimenta esa central eléctrica, para evitar que sea utilizada durante la ausencia de los ingenieros canadienses. El Ejército Sirio Libre reclamó la autoría de esa acción y no ha podido determinarse hasta el momento si el mencionado sabotaje ha sido obra de militares traidores, de Al-Qaeda o de los comandos de la OTAN.
Fuera del combustible para la calefacción y la electricidad, no se observa por el momento en Siria ningún tipo de carencia. Como medio de atenuar los efectos del sitio, Damasco ha adoptado nuevas formas de intercambio con Pekín. Debido al embargo bancario, en estos intercambios las partes recurren al trueque, conforme al sistema ya existente entre China e Irán. Gracias a esta forma de intercambio es posible que Siria logre salvar su economía, exceptuando al ya ampliamente afectado sector turístico.
En todo caso, el cerco impuesto a Siria ya ha dejado en Turquía numerosas víctimas en el plano económico. La anulación del tratado de libre intercambio y la imposición de derechos aduanales realmente prohibitivos ya han llevado a la ruina a las regiones fronterizas. Pero, si bien los sirios aceptan las privaciones con tal de salvar a su país, los turcos por su parte no están dispuestos a correr la misma suerte sólo para satisfacer las ambiciones de la OTAN.
Por otro lado, este cambio de estrategia pone al Consejo Nacional Sirio en una difícil posición. Los políticos que dicen apoyar una forma de oposición no violenta inspirada en las revoluciones anaranjadas de Gene Sharp [4] se ven ahora obligados a asumir los sabotajes cuya autoría reclaman los combatientes del Ejército Sirio Libre. La contradicción se hace cada vez más evidente en la medida en que tanto los primeros como los segundos residen en Estambul y están llamados a relacionarse.
La suspensión del plan de intervención militar internacional se confirmó con el regreso de los embajadores de Estados Unidos, Francia y Alemania a Damasco. Dicha suspensión implica un cambio de orientación en la campaña mediática. Los medios anglosajones han abandonado las referencias a las más excesivas y menos creíbles de las acusaciones proferidas contra Bachar al-Assad, como la de que había ordenado torturar niños. Ni el propio Departamento de Estado describe ya al presidente sirio como un monstruo sino como un hombre «desconectado de la realidad» (sic) [5]. Así que ha dejado de ser un caso urgente.
En todo caso, el hecho que diferentes periodistas hayan sacado a la luz una realidad siria que nada tiene que ver con la imagen que la propaganda estuvo vehiculando durante los 8 últimos meses [6] ha hecho indispensable un momento de silencio.
Fuente: Redvoltaire
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