Hace más de una década, el Sistema Financiero Internacional(1) —cúpula o punta del capullo del Orden Mundial— dio órdenes para apropiarse de todas las joyas estratégicas del mundo y de secuestrar el poder político universal. Y sus servidores voluntarios, EEUU y el resto de sus países comparsas en el baile de San Vito de estos prolegómenos del siglo—socios todos de la OTAN—, acometieron tan ignominiosa tarea amparándose, endeudados medios de comunicación mediante, en la instauración de “la democracia” en tales lugares. Así hay que entender las invasiones de países como Afganistán, Irak o Libia; así, todas las “primaveras árabes”, organizadas por los servicios secretos de la pocilga sanedrínica, CIA, Mosad y MI6. Y no extrañarse de las sangrientas matanzas entre facciones que se suceden desde entonces en tales “liberados lugares”. ¿Imagina alguien algo más amañado que unas “elecciones libres” en Afganistán o Libia, supervisadas por el Centro Carter?
La esencia táctica del SFI es más conocida que la jeta de George Washington: primero, instaurar el miedo ciudadano en los EEUU y resto de países bonvivants —para lo cual ordenó ejecutar mediáticos atentados de falsa bandera, como los de las Torres Gemelas en Nueva York (2001), los de los trenes en Madrid (2004) o los de la red del metro de Londres (2005)—; y segundo, implementar un brutal esquema de Ponzi —o juego piramidal, para los menos cultos— para la emisión de una cifra de dólares como para empapelar las paredes de todos los edificios del mundo, incluidos los iglúes esquimales y los palafitos birmanos.
Tras el pacto Clinton-SFI de 2000 —Ley de Modernización de Futuros de Productos Básicos, que bloquea legalmente cualquier regulación de los derivados—, con prisas de cuatrero, el SFI batió un récord histórico creando de la nada, en 8 años, 915 billones de dólares en derivados sobre divisas y 650 billones de dólares en derivados colateralizados y credit default swaps (basados en la artificial burbuja inmobiliaria norteamericana, que nunca rebasó los 5 billones) para, con ellos, endeudar a la clase política hasta el colodrillo —siempre sale más barato comprar que rogar— y después, con el crédito ya más cerrado que el chocho de una muñeca, exigirle la devolución de la deuda con intereses dignos del hamletiano usurero Shylock.
Se trata de cifras ante las que los 63 billones de dólares de PIB mundial, o a los 81 billones de dólares del valor contable total de las bolsas mundiales parecen tristes eructos de onda corta. Y con esas dos armas, y los bien pertrechados soldados de las FFAA norteamericanas —más los servicios de los ejércitos privados de mercenarios como Blackwater, Defense Systems Limited, European Security Operations o la extinta Executive Outcomes, para las más sucias e inconstitucionales tareas—, están obligando a sus estamentos títere, como el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN o la Liga Árabe, que apestan todos como culos de manco, a maniobrar militar y políticamente contra sus objetivos:
— lugares ricos en recursos naturales (crudo, gas, metales valiosos), para apropiárselos por la vía del endeudamiento forzoso a través de los usurpadores del poder político;
— o lugares de alto valor geopolítico, estos últimos necesarios para acometer la Gran Estrategia de arruinar los restos del imperio de la URSS y de China (sitios como Afganistán o Pakistán, donde los asesinados por Al Qaeda —¡qué casualidad, invento de la CIA!— se cuentan por millares). Así hay que ver los cambios políticos en Egipto y Túnez; la invasión y bombardeo de Libia por la OTAN —con el derribo del único régimen socialista decente de África—, o el reciente acoso a Yemen y Siria.
Es hora de acabar con la mentira. La democracia que vende el Orden Mundial del Sistema Financiero Internacional no existe. Así de claro. No es que sea deficiente y, por tanto, perfectible. Es que no comparece ni puede comparecer jamás bajo el imperio del SFI. La democracia estadounidense, que es el paradigma a seguir, incluso por los bienintencionados luchadores democráticos como García-Trevijano, no es posible, se ponga como se ponga. ¡Ya quisiéramos nosotros! Pero, lamentablemente, los dos partidos en alternancia de poder en EEUU no son democráticos, sino cárteles malolientes como mierda de mejicano; y todas las decisiones del Congreso de los EEUU no son libres, sino trasuntos de acciones de poder real del SFI. Si se observan las contribuciones a las campañas electorales americanas, puede comprobarse que el SFI financia por igual a tirios y a troyanos, con lo cual le importa un comino quién resulte ganador, porque será un simple lamedor de los prepucios que todos los financieros guardan, engurruñidos, acartonados ya, en valiosas cajitas de oro. Son los restos de la mutilación sexual que sufrieron en sacrificio al carnicero de su dios, algo que les distingue y les otorga el derecho al encumbramiento absoluto über alles.
Un Bush o un Obama son dos lacayos a sueldo, lo mismo que el Congreso de los EEUU entero —los 435 diputados de la Cámara de Representantes y los 100 senadores del Senado, actores de una pantomima que articula la ficción de que el pueblo tiene algo que decidir respecto a su destino—. Todo ese montaje es falso. El Pueblo irá al matadero que el SFI determine cuando éste lo decida(2). Y no podrá ni pretenderá siquiera rechistar. Puede que incluso aplauda mientras camina hacia su propio degüello. Ya se inventará para ello una razón y un culpable, que serán profusamente aventados por los medios.
Del resto de las democracias occidentales, mejor ni hablar. No son democracias ni siquiera sobre el papel, sino partidocracias inexcusables. Europa entera y Rusia son gigantescos lupanares, cuevas de Alí Babá sin posibilidad de recuperación para una honradez razonable.
La democracia, queda demostrado, no existe ni ha existido nunca. Es duro leer esto, lo sé. Pero es la verdad. No nos lamentemos, no tenemos tiempo, más vale democracia muerta que tuerta. Y bien pensado, ¿acaso la ciudadanía de los países occidentales —fieles prosélitos de la democracia aparente— merecen otra cosa que un fraude? ¿Realmente están los ciudadanos ciegos como pescadillas fritas y desconocen la verdad, o participan del engaño, porque ir cuesta abajo resulta más fácil? La Historia es una mezcla de maldad, estupidez e inocencia, que se resume en que, a la gente, la verdad le resulta más molesta que las moscas en un velatorio de corpore insepulto.
La gente inteligente y decente, que somos pocos y cada vez parece que quedamos menos, debemos plantarnos. No permitir que nos manipulen mentalmente ni por un instante. Resolver nuestros problemas individual o colectivamente prescindiendo del poder político, que no existe más que para sojuzgarnos —el tiempo libre lo ocupan esos jetas únicamente en mantener su statu quo, sus sueldazos, sus moquetas, sus canonjías y sus putas—. E identificando a los culpables de este sindiós, que son los banqueros, así, en general. ¡Debieran de ser ellos los que se presentaran como el verdadero poder dictatorial ante la opinión pública, así, sin elecciones ni zarandajas, y dar la cara, por lo menos! Al menos, nos ahorraríamos la carísima farándula partidaria, una pasta, y tanto tiempo perdido en discusiones y romerías a las urnas.
Mientras la mentira siga, nuestra táctica debe ser negarles el pan y la sal —ni un mal euro a la banca, ni un puto voto a los partidos— hasta que estén todos más secos que la momia de Franco. Y escupirles entonces, más rojos todos que braguetas de alfarero: “Anda y que os den por culo, hijos de Mammón”.
MALDITO HIJO DE PERRA
NOTAS: (1) Donde dice Sistema debe saberse leer Sanedrín. Quizás este gambito evite el baneo de Google, propiedad de los chicos de la Sinagoga.
(2) Para entender lo que les pasa a un tipejo como Lloyd Craig Blankfein —quizá el hombre más poderoso e influyente del mundo, CEO de Goldman Sachs— o a un engendro como Benjamin Shalom Bernanke —el amo del dólar— por sus enfermizos cerebros, hay que mirar tan feas caras, esas sus calvas y sus hechuras de simio, e imaginar los pequeños penes circuncidados que les cuelgan entre las piernas (!); y hay que leer “Ampliación del campo de batalla”, de Michel Houellebeq.
—¿Habrá mayor injusticia —así reza su particular Himno de las Lamentaciones para Millonarios— que comprobar que entre los pobres y los necios, esos cráneos repletos de aserrín escupido, abundan las mujeres bellísimas y los hombres varoniles? ¡Jamás perdonaremos a la Madre Naturaleza! ¿Por qué nos hizo tan feos y tan listos al mismo tiempo? ¿Para que fuéramos más conscientes de nuestra desgracia? ¡Pues que se preparen los bellos goyim! ¡Conseguiremos que pasen más hambre que perros de afilador! Ellos serán descuartizados en las guerras que les diseñemos y ellas nos abrirán sus dulces coños —mejor mal sentadas que bien de pie—, si no con amor, que tampoco sabemos lo que es, sí al menos con avaricia, que es una pasión que comprendemos perfectamente.
Los que jamás pueden triunfar por sus medios en el terreno sexual descargan su frustración, si tienen ocasión, sobre la sociedad, haciéndola tan desgraciada como pueden; con los escrúpulos con los que un pollo se papea una cucaracha, son tan destructivos en el Poder como lo fueron Napoleón Bonaparte o Adolfo Hitler. Seamos conscientes: A ningún tipejo sexualmente acomplejado se le debiera permitir pasar del rango de contable en una empresa o de cabo furriel en el ejército.
Fuente: Ácratas
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